ABRIL DE 1774 | Una historia de la Capilla de los Remedios

Escribe: Juan Carlos Ramírez Leiva | Junta de Estudios Históricos del Distrito de Ezeiza

Durante el siglo XVIII, la frontera se movía constantemente debido a los procesos de expansión y recuperación de colonizadores y pueblos originarios. Entre 1737 y 1785, “no existía una sola familia entre los habitantes de las zonas rurales fronterizas que no hubiera sido afectada por los malones”. La Estancia Los Remedios, que data del 5 de marzo de 1758, fue fundada por el bisabuelo materno del general Manuel Belgrano, don Juan Guillermo González y Aragón (o Alagón). Tras adquirir la propiedad, que funcionaba desde una de las Mercedes Reales de 1588, levantó la capilla, primer establecimiento de culto en nuestra región. En lo que fuera la estancia, hoy se encuentra el Aeropuerto Ministro Pistarini, las unidades carcelarias, el Centro Atómico, los bosques, el predio de la AFA y las piletas populares, entre otros íconos ezeicenses. A partir de la correspondencia es posible documentar la influencia de la Capilla de los Remedios y notar la preocupación de las autoridades por contar con una fuerza defensora. Los vecinos tenían la obligación de participar en la defensa, comprometiéndose a realizar ejercicios militares. En tres cartas de abril de 1774 se mencionan los entrenamientos realizados los días domingos, que comprometían a la población masculina adulta. Escribe el responsable militar: “Señor: Hoy ha llegado a este Partido el Tte. Don Agustín de Arenas, quien me ha entregado la orden de V.S. del 9 del corriente, en la que me previene que demos principio a los ejercicios en el paraje que se estime más oportuno. En cumplimiento de ello, he pasado inmediatamente las órdenes correspondientes a los capitanes de las dos compañías a mi cargo, para que el domingo próximo venidero se hagan juntar todas las gentes en la capilla de Los Remedios”. A continuación, reporta que: “Se eligió la capilla de Los Remedios, por ser la más inmediata, donde se dio principio ayer, 17 del corriente. No asistieron más de 40 hombres de las dos compañías. Se me dio palabra que, para el siguiente domingo, se pondría todo empeño en que no faltase ninguno…”. Este sistema de convocar en la capilla los días domingos y festivos se mantuvo hasta que fue suprimido por Sobremonte. La resistencia de los vecinos a participar en las milicias se hacía sentir especialmente cuando las tareas agrícolas se intensificaban, lo que obligaba a justificar la inasistencia: “No puedo dejar de hacer presente a V.S. que, si en algún tiempo necesita de atención esta campaña, es al presente, pues (…) se hallan cosechando sus huertas y, dado que no ha helado aún, no han comenzado a recoger los maíces que la langosta dejó. Con el mismo motivo, se ha inmediado tanto un tiempo con otro que, para el venidero mes de mayo, se da principio a las siembras en este estado”. Y continúa: “No es dudable el sumo atraso en la concurrencia a los ejercicios, porque los más se ven muy distantes y les es forzoso perder parte del día sábado, todo el domingo y parte del lunes para regresarse a sus casas”. La preocupación por un atraso en las tareas agrícolas y ganaderas explicitaba la doble realidad de la zona, que abastecía de productos a la ciudad sin dejar de ser zona próxima a la frontera: espacio de contención y contacto con el otro, con el indio. Escribe el militar: “En atención a lo que me representa V.M. sobre el grave atraso que se seguirá en esa jurisdicción, por hallarse los más muy distantes atendiendo a la labranza y cuidado de sus huertas y haciendas —cuyas faenas no pueden omitir en la presente estación—, prevengo a V.M. que, hasta tanto puedan concurrir sin grande incomodidad a otros ejercicios, se citen solamente los que, por hallarse más cercanos al paraje, no experimenten tan notable perjuicio”. En misiva del 12 de abril se aclara que, para la: “enseñanza de los ejercicios a aquellas milicias […] se eligió la capilla de Los Remedios, por ser la más inmediata”, informando los capitanes que la falta de concurrencia de los labradores se debió a: “que estaban lo más ocupados en vender sus cosechas, fuera del partido”. A las obligaciones que no resistían espera, se sumaba la reticencia de los que eran destinados a servir en las guardias y fortines, ya que pasaban a ser condenados a penurias por el pago de sueldos con retrasos, lo que solía generar problemas de disciplina y de deserción.

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