Por Torosaurio | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Amancio “Pocho” Beltrán era un fiel integrante de la Unidad Básica Camporita, del B° Tres Américas. Inquieto, patriota y algo sentimental, a sus 77 años, concurría cotidianamente al local donde mateaba con las militantes Fabiana Torrego y Nicole Cardoña. Este 1° de mayo se cumple un siglo de su nacimiento y el 23° aniversario de su partida.
El Día del Trabajador del 2002, Beltrán ingresó a la unidad y se encontró con una torta con la cara de Evita y docenas de globos que decían “¡Felicidades, compañero!”.
Al final del salón había una máquina de peluches rebosante de muñequitos del General Perón.
Mientras Torrego y Cardoña le cantaban el feliz cumpleaños, un lacrimógeno Pocho se dirigió a la máquina. En mitad del camino cayó redondo al piso. Las militantes intentaron reanimarlo. Fue en vano: Pocho había fallecido.
Tras el entierro, Torrego y Cardoña comenzaron a oír la voz del muerto cada vez que mateaban en el local.
—¡Compañeras! —clamaba—. No quiero exiliarme sin mi peluchito. ¡Ayúdenme a volver!
Hartas de no poder tomar mate tranquilas, Torrego y Cardoña acudieron a Zulema Gianegra, maestra plástica amateur, tarotista diplomada y personaje habitual en esta sección. Le pidieron que les saque de encima el fantasma. Arreglaron el pago y Gianegra accedió.
La noche del 20 de junio, las militantes recibieron a Gianegra en Camporita. La tarotista efectuó una danza invocatoria y, tras un temblor, en la calle se abrió una grieta de la que brotó un automóvil Justicialista Gran Sport.
La puerta del conductor se abrió y bajó un Pocho-zombi puro hueso y harapos. Pocho empezó a desplazarse muy lentamente hacia la máquina de peluches, que continuaba en el mismo rincón.
Cardoña y Torrego se ofrecieron a acercarle su objetivo. El zombi se negó. Las militantes optaron por matear con Gianegra. En eso estaban cuando sucumbieron al sueño. Despertaron al amanecer. No había rastro ni de la grieta en la calle ni del coche justicialista ni de Pocho.
Sorprendidas, Torrego y Cardoña contaron los peluches de la máquina. Faltaba un Perón. Gianegra encontró una carta al pie del aparato. Con una sonrisa de satisfacción, leyó en voz alta: “Vivir sólo cuesta vida, compañeras. Disfruten y no se queden sin su peluchito. Muchas gracias por las mateadas. El General deja saludos”.
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