Por Nelly Esther Fiasque(*) | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Aprendemos desde niños que el raciocinio es lo que nos hace diferentes de las plantas y de los animales. Pero yo tuve la osadía de dudar y descubrí, a los ocho años, que alguien se había equivocado en tal expresión.
Una mañana de enero caminaba como lo hacen todos los niños, distrayéndome con total libertad por cualquier cosa que despertara asombro: montones de mariposas blancas posadas en charquitos con barro que resistían al sol; una rana que croaba escondida entre los yuyos; una varita que recogida del suelo servía para revolearla en el aire acompañando el paso, o para dirigir la orquesta, pues yo silbaba mientras cruzaba el campito hacia el almacén de Marrone.
Para allí caminaba yo por encargo de mi madre, cuando a mitad del campo escuché el temido relincho, y un sudor helado recorrió mi cuerpo.
El Tobiano estaba suelto, y mi libertad se esfumó. Con el último aliento profundo y antes de lanzarme a la corrida, lentamente levanté los ojos y lo vi mirarme, a lo lejos, parado en sus cuatro patas, cabeza erguida.
Al Tobiano no le gustaba la gente, nos miraba fijo con sus ojos bien redondos y negros, desafiante y bien ganada fama de devastador. Una vez que se desataba era un tsunami que arrasaba con cálculo propio de un mañero, y cuando nos alcanzaba, nos mordía. Había marcado su lugar y lo defendía a muerte o, mejor dicho, a mordiscones. De ahí saqué yo que el desgraciado pensaba, sabía muy bien lo que hacía; llegó a parecerme que a veces mostraba sus dientes como sonriendo.
Ahí nomás emprendimos la partida. No hacía falta que me diera vuelta para mirarlo porque sentía, por el retumbar de su galope, que se me acercaba. Corrí lo más que mis pies me permitían, pero pronto empecé a quedarme sin aliento y el zanjón salvador aún parecía distante. Tenía que esforzarme para no quedar presa de su furia que parecía incontrolable. Con mi último aliento alcancé a escabullirme cruzando el zanjón, el límite para sus tropelías.
Desde la seguridad de estar fuera de su terreno, me quedé parada mientras el alma me volvía al cuerpo. Él no se sentía vencido, ni yo triunfante, ambos sabíamos que la partida no había terminado. Él relinchó mirándome fijo, y se alejó. Podría jurar que con su trotecito acompasado, cadencioso, me decía que había disfrutado el momento.
Ha pasado tiempo y he comprendido cosas, aunque aún sostengo que el Tobiano pensaba. No es temor el que hoy siento. Hoy las mariposas se han ido, ya no levanto varitas del suelo, el croar de las ranas quedó lejos, y en donde vivo, ya no hay campitos que cruzar. Pero aún sigo silbando y de cuando en cuando, el Tobiano regresa a mí para seguir la partida, y divertirnos un poco, como cuando era niña.
(*) Vecina de Ezeiza que dejó textos inéditos y que su familia va subiendo al blog www.nellyfiasque.blogspot.com
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