Por Cecilia Gilardoni | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
“Usted debe ser muy tranquila”, me dijo. Asentí por aquello de “el que calla otorga”; Benito, más categórico, se incorporó para seguir la marcha. Era una tarde calurosa y mi perro, jadeante, se había echado a descansar cuando el señor, tras calificarme, alcanzó a comentar que la escena le sugería una agradable sensación de paz.
Así es, cari amicci, en la vuelta al perro algunos parroquianos aventuran opiniones sobre las características personales de cada quien, las que, al parecer, se denotan en el comportamiento social de las mascotas. Suelo sentirme interpelada desde la crítica hacia conductas de Beni; pero el veterinario indicó un plan de paseos diarios y aquí estamos, de caminata por la plaza de la estación de Canning. Aclaro que Benito nunca manifestó necesidad de expansión, más allá de sus cortas visitas al jardín a la hora del sol amigable o cuando las sombras no logran esconder la visita de los gatos. Si sale a ladrar, es sólo por un ratito y vuelve. Acompaña el quehacer doméstico, se echa donde me siente y, cuando salgo, espera tranquilo mi regreso.
“¡Hola, Beni!” saludo al entrar, él responde con un lacónico vistazo y sigue con lo suyo. A veces, con la mirada expectante y otras, orejas en alerta, escucha la movida bajo la morera en el fondo. Confío en que esta semblanza explique algunas de sus actitudes durante la interacción con pares y personas en la plaza, como las propuestas por paseantes que, con la lógica humana, fuerzan a sus mascotas hacia objetivos varios como “hacerse amigos”. Así arriman a los perritos para que junten sus morros: “Se dan besitos”, dicen. Benito no siempre tiene interés y lo manifiesta claramente.
Días atrás, una apresurada muchacha que se paseaba a sí misma, me preguntó si tenía bolsita tras reparar en que Benito iniciaría su proceso, y antes de que pudiera tranquilizarla con un sí, por supuesto, interrumpió la labor de mi perro con un discurso sobre la necesidad de mantener la limpieza del espacio. Merece mención el grupo que busca demostrar empíricamente sus teorías: macho y hembra no se pelean, sentencian a gritos para superar el volumen de ladridos ensordecedores que entrecruzan los susodichos. Si ambos están castrados, si son de la misma raza, son otras hipótesis a confirmar.
Como verán, por estos días Benito y quien suscribe somos blanco de planteos y ponencias que espero amainen, en la medida que nos vayan conociendo. Entenderán entonces que somos un par nada oficioso, no siempre atraídos por el run run placero ni por sus ceremonias. Nos definimos como pragmáticos y por tácito acuerdo no metemos nariz ni hocico en nuestras propias psicologías ni en las de los demás. Perro y dueña, dos grinchs de la plaza, dirán algunos. “Porque no conozco prenda que no se parezca al dueño”(1) dice el gato y ese es el punto final.
(1) Sencillito y de alpargatas (gato de Omar Moreno Palacios)
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