Por Valentín Espinoza(*) | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
La primera definición escrita conocida sobre la ruptura de la cuarta pared se le atribuye a Denis Diderot en el siglo 18, en Paradoja del comediante. En esta obra se utiliza el término la cuarta pared para referirse a la barrera invisible que separa al público del escenario en un teatro convencional.
Cierro el libro y pienso: sin duda, este concepto es muy interesante. De sólo imaginar que mis pensamientos están siendo escuchados por seres omnipresentes, además de Dios, es algo inquietante. Miro mi habitación. Este espacio existe porque yo estoy en él, porque alguien ahora mismo me puede escuchar. Hola, ¡gente tras esa barrera invisible! Les digo que yo soy real, tengo mis propios pensamientos, ideales, planes, gustos. ¿Acaso estoy loco por creer que hay otros seres? Imaginemos: si sólo soy un pensamiento de un ser superior derramado en una hoja, quiere decir que mi propia existencia se limita a lo que desea este ser. Quiero decir: mi libertad no es más que una mentira, que el mundo al que estoy siendo reducido no significa más que tinta y papel.
Pensar esto me da risa. Sin embargo, mientras más especulo con la idea, más tétrica se vuelve mi habitación.
Pese al tiempo que creo llevar en ella, me doy cuenta de que tengo recuerdos limitados en esta casa de ladrillos rojos, en esta calle de asfalto negro, ubicada al costado de las vías que recorren el sur de Ezeiza.
Me levanto angustiado y me dirijo hacia la puerta. No quiero abrirla. No tengo el valor de saber qué es lo que hay detrás. Me vuelvo al cobijo del sillón.
Si no soy real y sólo les hablo a ustedes, sombras ocultas en una frontera inmaterial, ¡¿pueden decirme qué quieren de mí?!
Trato de rememorar qué hice a la mañana. No lo sé. Mi recuerdo más viejo es estar aquí, en esta habitación, leyendo sobre la cuarta pared.
Me pongo de pie. Me doy cuenta de que mi mundo es una mentira. Un mundo limitado a una habitación. Si no soy real, significa que soy producto de una búsqueda de distracción, apenas un mero personaje.
Miro la puerta, aterrado, sabiendo que de abrirla me encontraré con la nada.
Me dirijo hacia la entrada. Abro y veo oscuridad. Escrutando en la negrura, me siento indefenso.
Si mi vida no tiene propósito alguno más que el entretenimiento, prefiero saltar al abismo de la inexistencia.
(*)Concurre al Taller de Escritura y Literatura de la Municipalidad de Ezeiza.
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