Con motivo del 30° aniversario de nuestro periódico, la colaboradora de la Capilla Sagrado Corazón se acercó a nuestra redacción para contarnos de su colección de artículos. “Reúno estos artículos pensando en el futuro. La gente vive muy atada al presente y desconoce la historia, que se va forjando cuando uno nace, entra a un lugar, a un trabajo, a una comunidad, a una iglesia. Todo es parte de una historia que hay que valorar”, señaló.
Analía Marcela Passero, querida vecina de J. M. Ezeiza y activa colaboradora de la Capilla Sagrado Corazón (ubicada en Diego Laure y Estero Bellaco), tiene un hobby muy particular: coleccionar recortes de La Palabra de Ezeiza con artículos sobre habitantes destacados. Al enterarse de que el periódico cumplía 30 años, decidió visitar la redacción y compartir parte de su colección.
Cuando le preguntamos cómo empezó, nos contó: “En casa se lee La Palabra desde hace años y siempre me llamó la atención la enorme cantidad de personas que aparecían en sus páginas, especialmente aquellas que habían fallecido. Un día me dije: ‘Esto no hay que tirarlo. Cada vida dejó mucho para la comunidad’. Entonces empecé a guardar los recortes, primero en sobres y luego en carpetas. Cada tanto los reviso y me doy cuenta de lo rápido que pasa el tiempo y de cuántos vecinos y vecinas han partido. Cuando me encuentro con algún familiar de un difunto, le saco una copia de la nota y se la regalo. También hago eso con los registros del Cementerio Municipal. Leo esa sección y tomo nota de quiénes son”.
Hace pocos días —relató Analía—, se encontró con una vecina y le preguntó: “Disculpame, ¿en estos días falleció algún familiar tuyo?”. “Sí, la hermana de mi esposo. ¿Cómo sabe usted?”, le respondió. “Porque leo el diario”, dijo Analía. “Muchos viven sin enterarse de nada, porque no leen La Palabra. Cuando la gente descubre que el nombre de su familiar fue publicado, se emociona y guarda esos recortes. Saben que, de alguna manera, el nombre del abuelo, la abuela, el tío, el primo o el hermano quedará escrito en la colección del periódico, con la fecha de su nacimiento y su partida. Yo les digo: ‘Sé que de tu papá no te vas a olvidar nunca, pero quizás tus hijos, algún día, no tengan la fecha precisa del abuelo. Gracias al recorte, podrán recuperar algo de la memoria familiar’. Reúno estos artículos pensando en el futuro”. “La gente vive muy atada al presente y desconoce la historia, que se va forjando cuando uno nace, entra a un lugar, a un trabajo, a una comunidad, a una iglesia. Todo es parte de una historia que hay que valorar —reflexionó y agregó—: Tengo muchos recortes de Andrés Díaz, a quien conocía desde chica. Nosotros le decíamos ‘Andy’, mucho antes de que llegara a la función pública y se destacara en el área de Cultura, tras años de lucha y de venir de una familia humilde”.
Analía también colecciona los reportajes de la sección Memoriosos, las notas históricas y guarda la cobertura de un hecho policial que ocurrió cerca de su casa, en Estero Bellaco y Larralde. “Fue un episodio conmocionante —recordó—. Mamá estaba postrada, papá había sufrido un ACV y afuera había un despliegue policial enorme, con la participación de un grupo comando. Era un sábado a la noche y había un revuelo bárbaro”.
DE BARRAGÁN
AL KIBÓN
El primer kiosquero que le llevaba La Palabra era Carlitos Barragán. “Él era nuestro diariero”, subrayó Analía. Durante la pandemia de Covid-19 se lo empezó a llevar otro muchacho, “siempre muy correcto”, comentó. Cuando internaron a su papá, ya no podía estar pendiente de la llegada del diario, así que empezó a comprar su ejemplar en Diego Laure y la ruta 205, “la esquina del Kibón”, como la sigue llamando la gente, aunque el bar ya funciona en otra dirección. “Parte de mi rutina de los jueves es salir y pasar por el kiosco. Me entero de lo que pasa en el pueblo, voy a la verdulería, hago varias compras y después me traigo la edición de La Palabra para leerla tranquila en casa”.
RUTINA DE LECTURA
—¿Tenés alguna rutina para leer el diario?
—El jueves leo rápido los títulos y le doy una mirada a las fotos. El viernes empiezo por las notas que me llamaron la atención y el sábado sigo con los artículos pendientes. Para el domingo dejo la contratapa. Me encanta el cuento que sale allí, en la sección “Esto no está chequeado”. Tanto me gusta que este verano me anoté en la Municipalidad para hacer el curso de Literatura y Escritura, a ver si me animo a escribir algo. Sigo mucho a Carlos Renoldi. Su papá trabajó con el mío en el Centro Atómico. Antes de fallecer, le leía sus cuentos a mi papá y él me decía: ‘¡Oh, el loco ese!, ¿qué dice hoy?’. Mi papá era una persona muy memoriosa y disfrutaba de las historias. Un día, Renoldi escribió sobre unas hormigas que lo trasladaban de un lado al otro en los bosques. Le dije a mi papá: ‘¡Qué pavada!’. Al poco tiempo tuve una invasión de hormigas que hicieron estragos en casa, y pensé: ‘Mirá si me pasa lo de Renoldi’.
PREDICAR LA PALABRA
Analía es una reconocida colaboradora de la Capilla Sagrado Corazón, que el 27 de junio cumplirá 60 años. “Por gracia de Dios, todavía contamos con dos fundadoras: Doña Chicha, Alicia García, de 98 años, y Matilde Filloy, que está por cumplir 94. Con ellas y la comunidad vamos a celebrar”, ralató. Además de escribirse en el curso de Escritura y Literatura, Analía se anotó en un curso de Lenguaje de Señas. “Quiero tener más herramientas para comunicarme. Por un lado, es clave para ayudar a quienes tienen problemas de audición. Por otro, también llegan muchos extranjeros a la Capilla y algunos no hablan castellano. Algún día voy a estudiar chino para hablar con la enorme cantidad de orientales que se están instalando en Ezeiza. Muchos son muy cristianos. Todo lo que sirva para predicar la palabra me resulta muy cercano”.