Por Cristina Cristaldo(*) | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Don Aldo visitó la tienda de bastones, un lugar sombrío, con elementos raros, como si fueran miembros amputados. Miró uno y decidió llevarlo. El vendedor se mostró muy reservado. Sin embargo, cuando se estaba yendo, le dijo:
—Cuidado con la lluvia.
Esa misma noche, Aldo soñó con un viaje. Junto a su nuevo bastón visitó paisajes de películas como El Señor de los Anillos. Despertó con esa sensación tan vívida de haber estado allí: olores, voces, sensaciones… Participó de la ceremonia del té en los jardines de Gales, bebió el mejor whisky en Escocia… y hasta rockanroleó con los Rolling Stones.
Al día siguiente se realizaba el Café Literario Arltistas Locales, en Ezeiza. El pronóstico del clima no era bueno y retumbaba en su mente: “Cuidado con la lluvia”. Fue, y entre las charlas y los libros, el tiempo voló.
A la hora de marcharse, comenzó a llover. Tomó su bastón y lo protegió con su piloto. Empezó a caminar. Una ráfaga abrió su abrigo y un par de gotas mojaron al bastón. Tenía que llegar al auto; un trecho más y estaría a salvo. Pero un dolor punzante atravesó su pecho. El bastón se retorció, como si buscara la lluvia. Su cuerpo, cada vez más entumecido, pareció recorrido por algo que lo iba transformando. Sintió desesperación: miró sus manos y eran ramas. Todo su cuerpo fue cambiando. Cayó en un pozo oscuro, intentó sujetarse… solo abrazó el vacío…
Cuando despertó, la lluvia había cesado, pero no podía moverse. Solo sus ojos respondían a su voluntad. Estaba en medio de la plaza. Vio venir al hombre de la tienda de bastones.
—Le advertí lo de la lluvia —dijo, mientras arrancaba una rama, que era uno de sus brazos.
Intentó gritarle, pero solo emitió un silbido parecido al viento. “Es mi mente —pensó—. Si cierro los ojos, voy a despertar”.
El extraño se alejó cada vez más.
Ahora, sus días de saúco transcurren dando sombra a la gente que viene a la plaza a tomar sus matecitos. Un niño acarició su tronco y sus ojitos se posaron en los suyos. Alzó su manito y secó sus lágrimas.
—Mamá, el árbol está llorando.
—No, mi amor —respondió su madre—, es savia que segregan en respuesta a un daño.
El niño volvió a mirarlo y le regaló una sonrisa.
(*)Concurre al Taller de Escritura y Literatura de la Municipalidad de Ezeiza.
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