El muchacho y la oruga

Por Federico Benítez(*) | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses

—¿Ya te salieron las alas? —preguntó la oruga.
—Tardarán unas horas —respondió el muchacho.
—¿Alcanzará para terminar tu crisálida? —cuestionó el insecto.
—Alcanzará. A los humanos nos cuesta menos —respondió, jocoso, el joven.
—¿Me vas a esperar? —susurró la oruga.
—Cuando salgas de tu crisálida, voy a estar ahí para volar juntos —respondió el chico.
—Ummmmm, entiendo —murmuró la oruga—. Voy a extrañar atiborrarme de hojas y balancearme en las plantas de tu jardín… Decime, ¿vos vas a extrañar algo? ¿O vas a poder caminar igual por el jardín y comer hasta saciarte cuando cambies?
Amarga fue la saliva que tragó el joven antes de responder:
—No lo sé. No lo había pensado… Pero voy a tener la ligereza de mis alas, separándome de todos los problemas terrenales. ¡Qué importa el suave jardín si puedo volar como el viento! ¿Y vos cómo sabés el destino de tu cuerpo?
—Nací con el instinto para llegar a este punto —contestó ella, serena—. Una vez que cambiamos, partimos para formar la siguiente generación y alcanzar nuestro destino final. Decime, ¿qué propósito cumple tu cambio?
—¡Eso no te importa! —ladró el muchacho—. ¿Qué sentido tiene el cambio si te espera un dolor tan horrible?
—Es lo que soy, y todos lo saben —respondió el bicho, sereno—. Prueba de esto es la jardinera, que cuida de no ahogarme ni pisarme cuando riega el jardín. Me susurra que espera ver mis bonitos colores. No corren la misma suerte los caracoles… Respondeme la pregunta: ¿cómo es tu cambio? Contame de tu metamorfosis.
—Ah… —tomó aire el joven—. Te voy a mostrar.
Decidido, lanzó la soga por encima de la vieja viga de madera. Empezó a atarla con detenimiento. Acarició la superficie áspera de la cuerda. Tantos años carcomido daban su marchito fruto. Se quedó mirando el ojal que fabricó, como una ventana que daba a un vacío, profundo y húmedo. La cuerda se tensó por la eternidad de unos segundos y luego… se cortó… por la baba de una oruga…
Despertó en una habitación del Hospital de Ezeiza. Lo primero que vio fue la chipá que su madre sostenía en la mano mientras dormía, esperándolo.
No se dio cuenta de la mariposa en su hombro, quizá por estar mirando a la mujer, tal vez por estar metido en sus pensamientos.
—Me mentiste —susurró la mariposa, y junto con ella se marchó la última gota de orgullo del muchacho.
Cuando le abrieron la férula por la fractura en una pierna, sintió que algo se rompía. No era físico, pero lo asustó. En cuanto llegó a las puertas corredizas que daban a la calle, alcanzó los rayos del sol y sintió que su alma se descascaraba. Ahí supo qué era. La mentira a la mariposa se transformaba en una verdad: él estaba saliendo de su crisálida.

(*)Alumno del Taller de Escritura y Literatura de la Municipalidad de Ezeiza.

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