Trapitos sucios

Por Carlos Renoldi | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses

Entre otras cosas heredé de mi vieja cierta obsesión por la higiene.
A diario, después del almuerzo y de lavar los platos, mamá limpiaba religiosamente sus trapitos de cocina. “Si no, se juntan bichitos”, solía decir. Era costumbre de las viejas de antes planchar todo, incluso los calzones, justamente para eliminar esos bichitos.
Esto me viene a la memoria cada vez que lavo los repasadores en casa. Hace poco, después del almuerzo, encontré una rejilla que se había caído entre la cocina y la mesada. Por pura fiaca, no la había levantado antes. Tomé la escoba y, con el mango, logré sacarla. “¡Uácale!”, pensé al verla. Estaba húmeda y desprendía un olor desagradable. Fui al lavadero para meterla en un balde con lavandina. Mientras lo llenaba con agua, se me ocurrió que, si tuviera un microscopio, tal vez podría ver algún bichito viviendo ahí.
De repente recordé que en el escritorio de mi viejo había una lupa guardada. La busqué, puse el trapo bajo la luz del sol y comencé a observar. Los detalles del entretejido de la tela se veían con claridad, junto con pequeñas manchas de diferentes colores. Detecté un leve movimiento. Traje mis lentes de lectura para aumentar la imagen, y ahí estaba: un punto se desplazaba. “¡Los prismáticos!”, pensé, recordando que, usados al revés, pueden mejorar la visión.
Corrí a buscarlos. Con ellos, la lupa y mis anteojos, improvisé una especie de escalera de lentes. A través de esta configuración, distinguí partículas verdes y marrones que se movían despacio, y también noté algo que parecía saltar de manera más enérgica.
Curioso, fui más allá. Traje unos viejos anteojos de mi papá, los agregué al conjunto y conseguí aumentar aún más las imágenes. Entonces, asomó ante mí una pequeña bolita con ojos y boca. Sentí que me miraba y gritaba.
Intrigado, traté de escuchar, pero no logré captar ningún sonido. Como buen músico y aprovechando la tecnología, saqué mi celular y grabé.
Lleno de ansiedad y asombro, corrí hacia la consola de sonido. Conecté el celular, subí el volumen casi al máximo y ahí escuché:
—¡Socorro! ¡Socorro! ¡Sacame de acá!

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