Por Carlos Renoldi | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Regresábamos de Capital en mi estanciera colorada, después de unos estudios médicos. Eran las cinco de la tarde. La idea era volver por el mismo camino.
—Me perdí —anunció la Corta—. Pongamos tu GPS.
Tomamos una rotonda y, al rato, pasamos por La Rural de Palermo, en medio de un embotellamiento.
—Mala hora para andar por Capital… —comentó.
Aproveché un hueco a la derecha y me mandé. Doblé en la esquina y recorrí un par de cuadras a paso de hombre. Se cruzó delante una estanciera colorada.
—¡Mirá! ¡Una igual a la nuestra! —dije, sorprendido.
Tomé un tramo empedrado y luego me metí en una diagonal, escuchando al GPS. Atrás nuestro venía la estanciera colorada.
—¿Cómo hizo? —exclamé, calculando que, habiendo pasado delante nuestro, no podía estar ahora en esa posición.
—¡Naaaaa, debe ser otra! —lanzó, riéndose.
—¿Tres iguales? Bueno, ponele…
Seguimos.
—¡Por acá ya pasamos! Un desastre tu GPS —señaló la Corta.
Puso el Google Maps del celu y cambiamos de rumbo. Dos estancieras coloradas más se cruzaron delante nuestro.
—¿Qué pasa que hay tantas estancieras rojas? ¡Pasa algo raro! —dije preocupado.
—Siempre exagerando, Charly —respondió.
Tomamos la avenida Córdoba. Traté de no prestar atención a las camionetas, pero seguían apareciendo en distintas esquinas.
Guiados por el Google Maps continuamos la lenta marcha. Derecha, izquierda, derecha, izquierda… De pronto pasamos frente al Monumento al Cid Campeador, en el barrio de Caballito, y aparecieron más vehículos rojos.
Tenso, con las manos transpiradas y pegadas al volante, avancé y al rato subí a la Riccheri. Grité:
—¡Al fin la autopista!
Miré por el espejo retrovisor y vi una caravana de estancieras coloradas. No dije nada. La Corta parecía no darse cuenta y no quise inquietarla.
Llegando al peaje del Mercado Central, era un espectáculo alucinante ver a un centenar de vehículos iguales.
A medida que nos acercábamos a Ezeiza, las estancieras coloradas fueron tomando distintas salidas: Ciudad Evita, el predio de la AFA, Barrio Uno, River, la Escuela de Policía.
Las últimas se perdieron en Fair, y una me siguió a tres metros. Doblamos por Laprida, y me tiró un bocinazo, perdiéndose en el túnel de la 205.
—Otra estanciera colorada —comentó la Corta, como si no hubiera visto la larga cola que nos había escoltado.
Llegamos a casa a eso de las nueve de la noche. ¡Nunca habíamos tardado tanto!
Con la llave de la puerta de entrada, la Corta comentó:
—El tránsito está cada vez más loco, ¿no?
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